MUNDO JOVEN HOSTELS

La historia de nuestro edificio

Ubicado en el corazón del Centro Histórico de la Ciudad de México, el edificio que alberga Mundo Joven Hostel Catedral cuenta con una rica historia que se remonta a tiempos fascinantes. Construido en el siglo XIX, este majestuoso inmueble ha sido testigo de la evolución arquitectónica y cultural de la ciudad a lo largo de los años.

Originalmente concebido como una serie de despachos para profesionales destacados de la época, el edificio ha sido meticulosamente restaurado para preservar sus características arquitectónicas originales. Sus altos techos abovedados, balcones ornamentados y detalles intrincados son un tributo a la elegancia de la arquitectura de la época.

A lo largo de los años, este lugar ha experimentado diversas transformaciones, desde su función inicial como despachos hasta convertirse en un espacio acogedor que abre sus puertas a viajeros de todo el mundo. Mundo Joven Hostel Catedral ha logrado fusionar el encanto histórico del edificio con comodidades modernas, brindando a sus huéspedes una experiencia única que combina la autenticidad del pasado con la vibrante energía del presente.

Hoy en día, este edificio emblemático no solo es un refugio para los viajeros que buscan sumergirse en la historia de la ciudad, sino también un lugar donde convergen culturas, historias y sueños. Al alojarte en Mundo Joven Hostel Catedral, no solo te sumerges en la fascinante historia del edificio, sino que también contribuyes a mantener viva la narrativa de este rincón especial en el corazón de la Ciudad de México.

 

 

Calle República de Guatemala

Detrás de la Catedral Metropolitana, a unos metros del Zócalo –núcleo histórico, social y político de la ciudad–, está una calle, apenas un tramo en el que se concentran más de 690 años de existencia, cada día con su historia: La República de Guatemala.

En 1325, los aztecas llegaron al llamado Valle de México y comenzaron un urbanismo lacustre y valiente con el que fundarían, sobre un lago, “una ciudad tan improbable como las que imaginaba Italo Calvino en Las Ciudades Invisibles” –relata Gonzalo Celorio (México Ciudad Futura). Tenochtitlán, una ciudad anfibia, contaba con impresionantes obras hidráulicas que separaban el agua salada de la dulce, controlaban las inundaciones y permitían la movilidad de sus habitantes. De las 3 calzadas que comunicaban el centro con las poblaciones aledañas una salía del Templo Mayor con dirección al poniente, hacia el señorío de Tlacopan.

Llegaron los españoles. La imposición simbólica por la que se asentaron sobre la zona y los edificios mexicas suele dejar de lado la necedad a la que también se sometió a la naturaleza del lugar. Además de construir iglesias sobre los templos y solares sobre los antiguos palacios, las aguas se forzaron tierras. Los canales se desecaron y, según el trazo del alarife Alonso García Bravo –a quien más adelante se le encomendarían Veracruz y Oaxaca–, se ejecutó una ciudad terrestre en cuadrángulos que partían de la recién bautizada “Plaza Mayor”.

En la construcción de la nueva urbe, al norponiente de dicha plaza, se instalaron la Placeta del Marqués, un conjunto de solares de familias importantes, las escuelas de danza y las tiendas de tañedores –fabricantes de instrumentos musicales–. Entre estos recintos, la calzada que originalmente salía rumbo a Tlacopan (ahora Tacuba) fue conservada. Algunos registros cuentan que la calle, incorporada a la Nueva España, fue nombrada Escalerillas; otros, Empedradillo. La razón –y el sufijo de diminutivo o poca importancia– se comparten para uno u otro nombre: Las inundaciones levantaban el empedrado y la calle se mantenía espesa de fango; para hacerla transitable, la solución se encontró en instalar escaleras que sortearan el lodo y dieran acceso a los edificios del rededor.

Así se mantuvo por años.

En 1721 la construcción de la Catedral ya había avanzado. Sobre un Juego de Pelota enterrado, precisamente al margen de la calle de las Escalerillas, se erigió la Capilla de las Ánimas, obra de Pedro de Arrieta, de quien se habían construido ya la antigua Basílica de Guadalupe y la Iglesia de La Profesa, y se construiría, unos años después, el Palacio de la Inquisición.

Dos siglos habían pasado. Ya la ciudad era otra. La misma, pero diferente. Otros templos, otros objetos rituales, otros sacrificios… otras formas. Piedras del arruinado Tenochtitlán se levantaban ahora en edificios barrocos y neoclásicos, resucitaban entremezcladas con tezontle, basalto y cantera. De la mano, la Nueva España y sus habitantes, se fueron transformando. Trescientos años en total.  Sobre una sociedad de castas, vino a imponerse una jerarquía distinta. Los sueños de cambio de unos, se hicieron realidad en otros. El periodo de la Colonia terminó y la ciudad amaneció a un México independiente.

Para finales de los 1800, el ahogado lago de Texcoco y la naturaleza acuosa del lugar seguirían luchando por liberarse, fue entonces cuando al ingeniero Enrico Martínez –Heinrich Martin por su origen alemán– se le asignó la tarea de acabar con las inundaciones que azoraban a la población del centro. Hoy, a unos metros de la antigua Escalerillas, al norponiente del Zócalo, es posible reconocer al personaje erigido en piedra.

Una época más pasó y, para la celebración del centenario de la Independencia, en 1921, se formó un comité de organización del que formaría parte José Vasconcelos. Entre sus propuestas, se rebautizaron algunas calles del centro con nombres de naciones latinoamericanas: República de Cuba, República de Chile, República de Uruguay República de El Salvador, Nicaragua, Paraguay, Honduras, Ecuador, Perú y, por supuesto, ya bien pavimentada, la República de Guatemala. Éstas habían sido las primeras en reconocer el triunfo del gobierno revolucionario y, el agradecimiento quedaría escrito en una de las zonas más importante del país y de su historia.

Aunque desde 1917, el arqueólogo Manuel Gamio ya había realizado las primeras exploraciones de los restos de la ciudad prehispánica, no fue hasta 1978, cuando un grupo de trabajadores de Luz y Fuerza se toparon con la piedra de la Coyolxauhqui –monolito de 8.5 toneladas y 3.25 metros de diámetro–, que se iniciaron las excavaciones formales.

Tras una polémica discusión sobre el derecho de destruir lo actual en pro de lo anterior, fueron derribados 13 edificios del s. XIX e inicios del XX, los tramos confluyentes de las calles Seminario, República de Argentina y República de Guatemala desaparecieron para dar lugar a las ruinas de los antiguos aztecas.

Bajo la guía de Eduardo Matos Moctezuma se descubrieron cerca de 17 cuerpos arquitectónicos. El estudio del Templo Mayor reveló una condición permanente: transcurrimos en la superposición –como naciones y sociedades, pero también individualmente–. Siete etapas constructivas habían quedado guardadas, medio arruinadas, bajo 500 años más de historia. De la primera, del s. XIV, no se encontraron rastros; sobre la segunda, de Acampichtli, Huitzilihuitl y Chimalpopoca, se construyó el reinado de Itzcóatl; sobre éste, el periodo de Moctezuma I y Axayácatl; luego Tizoc, cubierto por Ahuizótl y así dos niveles más hasta el señorío vencido por los españoles.

La zona arqueológica quedó abierta, medio reconstruida, y se creó un museo para exhibir la riqueza de objetos encontrados en el proceso. Desde entonces, la calle República de Guatemala quedó partida en dos: un tramo del Templo Mayor al oriente, hasta Circunvalación; y hacia el poniente, del Templo Mayor hasta donde inicia la calle de Tacuba.

Sobre este último tramo, de apenas unos 200 metros, es posible señalar la incidencia –y convivencia– de incontables momentos de la historia: cuántos juegos de pelota de Tenochtitlán quedaron bajo los rezos coloniales en la Capilla de las Ánimas; cuántos pasos sobre el adoquín (o concreto estampado), antes mal logrado empedrado que luchó contra las aguas del lago que, alguna vez, se cruzó en cuántas canoas. Más reciente, el simbólico enfrentamiento entre el Centro Cultural de España (#18) y el Gran Tzompantli (#24) descubierto en 2016.

Épocas, gobiernos e ideologías se asientan en la materialidad de los edificios, la historia se escribe también con el movimiento de las ciudades. Diez metros se ha hundido el Centro Histórico, y es como si el peso de estos días, fueran empujando lo antiguo hacia la superficie. Uno y otro vestigio siguen brotando de lo que fue antes, se excava para levantar la novedad y se descubre el pasado: leyendas, tradiciones, cráneos, agua, estructuras completas.

Restos pre-hispánicos

Sobre la calle República de Guatemala, en el número 24, detrás de unas tablas de madera que clausuran la puerta, se encuentran los más recientes vestigios de la ciudad lacustre que quedó enterrada. Estaba trazada con canales por donde sus habitantes se transportaban en canoas. Muchos edificios coloniales de tezontle y cantera han sido reconstruidos a lo largo del tiempo, por el hundimiento del piso sobre el que se levantan. El predio se encuentra justo a espaldas de la Catedral Metropolitana. Desde octubre de 2016, el Proyecto de Arqueología Urbana (PAU) del INAH ha estado estudiando aquí lo que se cree es el Gran Tzompantli, el altar donde se empalaban cabezas de guerreros capturados y sacrificados en el Templo Mayor. Este ritual se realizaba a solo unos pasos de lo que hoy es el sagrario de la Catedral, donde por casi cinco siglos los sacerdotes católicos han oficiado sus servicios.

 

El arqueólogo Raúl Barrera, director del proyecto, baja por una escalera de madera. Usa gafas y una camisa de cuadros. Nos guía por el terreno a lo largo de las excavaciones, bajo una casona colonial cuyos últimos habitantes la ocuparon como vecindad. Aún se conservan los barandales originales oxidados y las vigas de madera que sostienen los techos. Cuando en 2015 se hacían remodelaciones a la propiedad fueron hallados varios cráneos. Los dueños solicitaron de inmediato la intervención del INAH. Una primera fase de trabajo inició en octubre de 2016. Se involucraron 12 especialistas entre arqueólogos, antropólogos físicos y restauradores, así como una colaboración con la UNAM. Durante la excavación se hallaron 170 cráneos humanos, entre ellos de mujeres y niños, los cuales se están estudiando y enumerando. “Los nuevos hallazgos ponen en entredicho la hipótesis según la cual sólo hombres cautivos fueron sacrificados para ofrecerlos a Huitzilopochtli”, publicó National Geographic.

—Es un privilegio estar con el pasado directo, los restos de lo que fue el Recinto Sagrado de Tenochtitlán que, según Fray Bernandino de Sahagún, comprendió una serie de construcciones, edificios, torres y templos. Sabemos que están debajo de aquí. Nuestro campo de trabajo abarca 300 metros cuadrados a la redonda. Hacemos salvamento arqueológico y rescate, principalmente —dice el arqueólogo Raúl Barrera.

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